Un migrante volvió a su tierra después de 34 años de estar fuera y encontró que muchos otros, como él, se habían ido también buscando una vida mejor. Al ver el pueblo vacío, el corazón se le encogió y decidió recordar a todos aquellos hombres. Sus manos modelaron el barro y dieron vida, uno a uno, a 2501 hombres y mujeres, para representar la ausencia de sus paisanos. Su proyecto dio trabajo y nuevo sentido a la vida de los niños locales y del pueblo en general. Y a todos nos hizo pensar y reflexionar, sobre el fenómeno de la inmigración y sobre la historia suspendida de los pueblos fantasma, de las familias rotas, de las raíces perdidas. Esta mañana, el inmenso corazón del artista dejó de latir. Decimos adiós, con mucha tristeza, al escultor oaxaqueño Alejandro Santiago.
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