Y no subió a las estrellas porque a la tierra pertenecía. Nuestro sabio sol es ahora ceniza eterna que reposa bajo la sombra de un olivo centenario. Con él comparte la tierra, su origen, la raíz y la hermosa vista hacia el río Tajo.
Ahí está nuestro querido José Saramago, ahí descansa. Deambula feliz entre sus hojas mientras el viento le acaricia la espalda. Ahí está. De vez en cuando se asoma al mundo y se preocupa. Por fortuna siempre encuentra a alguien gozando entre letras, amigos y libros. Y entonces se tranquiliza. Vuelve a la rama, mira al río y sonríe: aún hay esperanza.
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