lunes, 17 de febrero de 2014

Whatever Lola wants...

Retrato de Joseph Karl Stieler,
pintado para el rey Luis I de Baviera, en 1847

María Dolores Eliza Gibert abrió los ojos al mundo por primera vez el 17 de febrero de 1821 en Irlanda. Dos años más tarde toda la familia se marchó a la India. Al poco tiempo su padre murió de cólera y su joven madre volvió a casarse. Lola fue enviada a Escocia donde le apodaron la niña india. También la llamaron díscola, pues tuvo la osadía de clavar flores en la peluca de un calvo "respetable" durante una misa. También corrió desnuda por las calles. A los 10 años la trasladaron a Sunderland. Ahí la observaron graciosa y elegante, de ojos hermosos, como para perderse en ellos. A los 16 años, su madre quiso casarla con un septuagenario, pero ella se enamoró del teniente James, que sólo le doblaba la edad, y se casó con él. La pareja marchó a Calcuta, una travesía  que la mantuvo enamorando al mar, y a quien se paseara por cubierta, durante el largo periodo de viaje, más de un año por aquella época. El amor con el teniente, sin embargo, no sobrevivió.

Lola se separó y marchó a España. Ahí aprendió un poco de flamenco, se compró unas castañuelas y adoptó una nueva y radiante personalidad. Regresó a Londres y debutó como Lola Montez, la bailarina exótica española, con gran éxito. Para ello le bastaron su belleza, su erotismo, las castañuelas y una docena de palabras en español. La sociedad victoriana la miraba asombrada, no bailaba muy bien, pero mientras lo hacía se iba despojando poco a poco de la ropa. A ese baile lo llamó El baile de la araña. La prensa rosa nació con ella, la reconocieron como la señora James y todo el mundo se escandalizó. Fue la comidilla y la envidia de las señoras de alto copete y el deseo más ardiente de los caballeros, de todos.

Lola partió a París, su belleza la hizo famosa y el mundo literario y bohemio la adoptó y bebió los vientos por ella. Tuvo entre sus filas, y quizá también entre sus bien torneadas piernas, a Alexandre Dumas. Más tarde enamoró al rey Luis I de Baviera, que por ella perdió la cabeza y hasta el trono. Partió a Francia y luego a Londres, ahí apareció otro oficial de caballería y también se casó con él. Otro escándalo, ahora, la bigamia. Huyeron a Francia, luego a España, pero el amor no duró.

La fiebre del oro la llamó a California y allí abrió un saloon de gran lujo donde su espectáculo fue un rotundo éxito. Sin embargo sus planes eran mucho más ambiciosos, quería independizar California y nombrarla Lolaland. No lo consiguió.

Decidió marchar a Australia, donde no tuvo éxito y volvió a California. Ahí, uno de sus últimos amantes, enojado por la cornamenta que lucía, decidió abandonarla ahogando su propio cuerpo y sus penas en el mar. La vida de Lola ya no era la misma, ni su cuerpo, ni su belleza. Lola se marchitaba. Vivió los últimos dos años de su vida en la indigencia en las calles de Nueva York. Murió de neumonía a los 39 años. Fue enterrada de manera humilde en el cementerio de Greenwood. En su lápida se lee: Sra. Eliza Gibert, muerta el 17 de enero de 1861.




Lola Montez, sin embargo, no murió. Vive eternamente en Sierra Nevada, California, donde unos hermosos lagos llevan su nombre: Lola Montez lakes. 

Y siempre vivirá, basta con que cantemos Whatever Lola wants, Lola gets...




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